Nos encanta esta foto.
No dejaríamos de mirarla.
Para cualquiera no serían más que un hombre y una mujer sentados en el sofá del salón de una casa; acomodado él junto al cobertor que le sirve para protegerse del frío cuando se recuesta y disfruta de un rato de tele o de siesta; más erguida ella, quizás porque se sabe visitante de paso.
Se trata de Germán y de Verónica. Él, hasta hace pocas semanas, vivía con nosotros y, aunque formalmente aún nos seguimos refiriendo a él como “usuario”, esperamos dejar pronto el formalismo para utilizar uno más identitario de su propia persona: Germán. Su nombre propio.
Nunca lo perdió porque, quizás, el nombre es de lo más difícil de perder. Todos sus conocidos lo reconocen por Germán y, por supuesto, también nosotros; no obstante, en nuestro caso, que Germán logre la independencia abandonando la vivienda tutelada para vivir en su casa propia (aunque el alquiler impida llamarla así completamente); supone para nosotros cambiar las rutinas lingüísticas y dejar de transcribir su acrónimo en el lomo de su expediente y demás etiquetas organizativas, o dejar de identificarlo como usuario en la redacción de informes para, en su lugar, considerarlo, a lo sumo, “ex”, pero, sobre todo, “Germán” a secas, o si se le quiere compañía, Germán ciudadano, Germán vecino, Germán el de Guardamar…
Os volveremos a hablar de él porque, antes de marchar, nos quiso hacer un regalo que nos apetece compartir con todos pero, de momento, no queríamos dejar pasar esta instantánea que hemos obtenido hoy yendo a visitarlo a su nueva casa para conocer cómo andaba adaptándose a sus nuevas circunstancias; y también para darle la sorpresa acudiendo con algunos compañeros del recurso que echan de menos sus saber estar y su presencia por la vivienda y, claro está, también sus excelentes capacidades culinarias que tantos deleites ha provocado a base de gazpachos de mejillones, cocidos, paellas de marisco y olletas alicantinas.
Una de esas compañeras ha sido Verónica quien, encantada de ver el nuevo entorno residencial de su antiguo compañero, aspira también ella a crear las condiciones adecuadas que le posibiliten vivir de forma autónoma, organizando su día a día a su manera y decorando el espacio a su gusto.
Así lo ha hecho Germán con su casa, cuidando de contar con todos los elementos necesarios para cubrir sus necesidades básicas y, además, añadiéndole nuevos componentes como el de las plantas sobre la mesilla del salón que son toda una declaración de intenciones para incorporar a su rutina la voluntad del cuidado y la del embellecimiento.
A fin de cuentas se trata de eso: aspirar a más belleza y no tanto en su sentido más ornamental como en ese más profundo que invoca a la tranquilidad de estar con uno mismo en un espacio acogedor en donde poder reconocernos y en donde procurar, así, reivindicar la identidad del nombre propio entre el resto de nombres como un integrante más de la comunidad; un igual entre iguales, pero inconfundible en su preciosa particularidad.
Gracias por todo lo que nos has aportado Germán y muchísima suerte y felicidad en tu nueva etapa.