CARNAVALES EN EL ARREBOL

Hace unos días, el dirigente de la nación rusa (si es que así se puede llamar a alguien que ordena el asesinato indiscriminado de otros) decidió que la población ucraniana portara un único disfraz para los carnavales: el del dolor, el horro y la sangre; atuendos muy alejados de la fiesta (a no ser que, como parece, algunos las disfruten acompañadas por el calificativo de macabras) y que no admitamos colocarnos esos ropajes si no es, como en el caso, a la fuerza que imponen la tiranía, la prepotencia y la deshumanización.

Desvestirnos de nuestros atuendos habituales para probarnos en apariencias que desdibuja al personaje que reproducimos a diario, a algunos nos incomoda; quizás por un exceso de costumbre a uno mismo; sin embargo, para otros, se convierte en la oportunidad, no sólo de disfrutar de nuevas identidades sino, a veces, incluso, de dejar aflorar la que, en mayor profundidad, habita por nuestras interioridades. Exploración o hallazgo, en cualquier caso, el disfraz carnavalero nos da pie al juego porque, quien participa, acude voluntariamente a la plaza y, a diferencia del pobre ciudadano ucraniano, todo su atuendo es un colorido añadido, escogido entre los cachivaches del mundo y no forzado a extraerlo desde la entraña y su escandalosa y vergonzosa fuga de sangres.

Solidarizados con los obligados a vestir el disfraz de víctimas por antojo del bárbaro, compartimos con vosotros/as la chirigota que ha compuesto y musicalizado Juan Carlos para reivindicar ese sano ejercicio de la crítica, utilizando el humor como la única arma.

La chirigotas, (como las leyendas que explican la puesta en escena de los ninots en las Hogueras), toman fuerza en base al uso de la ironía y la mordacidad, invitándonos a una sonrisa sardónica que brota en nosotros por efecto del calambre que experimentamos al hacernos cargo de asimilar la distorsión y lo esperpéntico como “disfraz” de una verdad de fondo que se revela, de esta forma, caricaturizando lo canónico y lo admitido convencionalmente para despejar, a través de ellos, veladuras, dobleces y tabúes que resuenan más verdaderos cuanto más uso hacen del disparate y de la distorsión, y dejarse ver mejor entre el camuflaje de las risas.

De forma espontánea, Juan Carlos nos dejó servida su chirigota para compartir su buen humor con todos, pero, también, para posibilitarnos la reflexión que, como efecto secundario, suele provocar la administración del fármaco chirigotero.

Reproducimos aquí su texto y unos pies de página que pueden servir para aclarar algunos sentidos de fondo que, como toda buena chirigota, se traslucen sin decir diciendo…

Gracias Juan Carlos por contribuir a la espontánea alegría de lo vivo.

“Jose Luis¹ me quiere dar cinco euros

pero me ha dicho que no me los gaste

porque quiere que los lleve siempre encima²

Jose Luis me lleva al castillo³.

Me haces subir andando toda la cuesta.

A mí no me hace falta andar,

me hace falta cantar!!⁴”

  1. Jose Luis es el director de las viviendas y el responsable de organizar, planificar y supervisar el área económica junto a los usuarios; y es por estas dos funciones de tanta responsabilidad y de tan necesitada actitud de consenso y negociación, por las que se convierte en el objetivo perfecto de chirigota.
  2. Promover la idea de que el ahorro es una virtud, no parece estar tan claro para Juan Carlos. La idea de llevar siempre dinero encima, le parece perfecta, pero, la negociación entra en crisis con la pretensión de que, en ese “siempre”, el dinero deba ser “el mismo”.
  3. Subir al Castillo de Santa Bárbara andando por su empinada cuesta, fue una de las actividades que se pusieron en marcha para estimular la actividad física y, por lo visto, Juan Carlos, con el paso de los días, aún no ha podido olvidarlo…
  4. Ja,ja… Es cierto Juan Carlos. Bien mirado, disentimos contigo cuando pareces infravalorar los beneficios de caminar, sin embargo, estamos plenamente de acuerdo en que, a ti, y a todos, nos hace mucha falta cantar y los males espantar. Tú lo haces muy bien.

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